Estaba ubicado en la calle Vieytes, a la vuelta del Rawson, y ocupaba muchas hectáreas.-
Antiguamente se llamaba Hospicio de las Mercedes, y muchos años después cambiaron su nombre por el de Hospital Borda. En 1958, con mi amigo Horacio Marino, decidimos dejar el Rawson, para hacer guardia en el neuropsiquiátrico, y fuimos juntos, una vez más. Era nuestro nuevo desafío!
Nunca supe cuántas salas de internación tenía, ya que eran muchísimas, todas de Material con techos de tejas, con sus dos pisos. También había otras, de techo convexo, que eran semicirculares, y les llamábamos “los medios caños”, que tenían no menos de veinte camas, diez de cada lado, muy juntas, al punto tal que casi no se podía pasar entre ellas, y para evaluar a algunos enfermos, teníamos que subir a la cama por los pies de la misma. Les llamaban “barracas”, y generalmente albergaban pacientes con demencias epilépticas.- Muy frecuentemente, se armaban grandes trifulcas en esas barracas de epilépticos, vaya a saber por qué , pero nos llamaban y teníamos que ir muy rápido, ya que siempre había heridos, a veces graves.- Mi compañero y yo acudíamos a ese descomunal desorden, hacíamos abrir la puerta de rejas que se cerraba con candado, y habitualmente no había enfermeros después del mediodía, pero sí por la mañana. Era una época de escasos planteles. Nosotros nos teníamos que arreglar separando a los que peleaban, y tratar de evaluar a los heridos.-
Cuando la situación se ponía muy difícil, la guardia llamaba a la Policía Federal, entonces venía primero una dotación de bomberos del Cuartel Corrales, ubicado en la avenida Caseros, y comenzaban a tender las líneas de agua, “atacando” a aquellos pobres con sus proyectiles hídricos! Era un espectáculo digno de aquél teatro de operaciones.- En realidad, les tenían temor a los alienados, y entonces les arrojaban el agua como para dejarlos fuera de combate.- Cuando el operativo resultaba insuficiente, venía la Guardia de Infantería con sus conocidos carros de asalto, de puertas laterales, y bajaban también con temor, y empezaban a los palos con todo el mundo…- Luego se retiraban los Infantes y los Bomberos, y, como decimos los porteños todo quedaba hecho un quilombo, y nosotros dos solos, levantando a los más maltrechos y llevándolos a la sala de Cirugía para suturar sus heridas durante horas.-
Por eso, ante hechos similares, preferíamos prescindir de tal tipo de ayuda, y bancar todo solos, porque resultaba menos complicado!
Cerca de la entrada por Vieytes, estaba el Pabellón Lucio Meléndez, de asuntos judiciales, donde se internaban los pacientes que habían cometido delitos, casi siempre graves, y se estudiaba si eran ó no, punibles, es decir, en uso ó no de sus facultades mentales. Por supuesto que a veces había simuladores. El lugar era horrible, con celdas a ambos lados, y el griterío provocado por los alienados y por los que simulaban.-
Es sabido que los que se quieren hacer pasar por “locos”, generalmente actúan su papel con exageración, mientras que los enajenados de verdad, son más naturales, y su comportamiento patológico, resulta más coherente.- En ese Pabellón siempre existe custodia policial.-
Luego está el Pabellón de Neurología, cuyo jefe era el Dr. Orlando, con dos pisos con sus escaleras sin luz, por las lámparas eléctricas “quemadas”, llenas de lucecitas como luciérnagas, por los pacientes que fumaban a obscuras.- En esa sala, había un gran psiquíatra, el Dr. Coronel, que nos decía que no había que darles cigarrillos a los enfermos, que seguían pacientemente a todo el mundo, pidiendo tabaco, porque eran tantos que no dejaban trabajar. También nos decía que lo mejor era mostrarse enérgicos, para que no molestaran.- Una mañana entramos con él, y se le acercó un loquito, y con una sonrisa le pidió “un faso, por favor”! – El Dr.Coronel lo apartó secamente, y le gritó que no molestara. El pobre agachó la cabeza y se fué, y Coronel nos guiñó el ojo con una sonrisa.- Al rato, cuando el galeno volvía para salir de la sala, el paciente lo estaba esperando detrás de la puerta, y con un palo de escoba lo molió a golpes.- Por eso, creo que en la demencia no hay experiencia que valga, y casi todo suele resultar imprevisible.
Es mucho mejor, tratarlos siempre con la amabilidad que ellos merecen, ya que nuestro respeto lo captan inmediatamente.-
Enfrente de allí estaba el edificio de la Administración, con la oficina de Personal y al lado, la Guardia y el Servicio de Admisión.- Ese servicio, tenía una gran sala, con las camas donde permanecían acostados, algunos maniatados, que habían sido admitidos, pero al no haber todavía un diagnóstico claro, estaban en observación hasta que luego, oportunamente , se los trasladaba al servicio que correspondiera.- En la Guardia, había un Cabo enfermero, una camilla, un escritorio pequeño, y dos asientos. Cuando llegaba un paciente nuevo, a veces era traído por la policía, y en cualquier vehículo, a veces con chaleco de fuerza colocado. Había que sacarle el chaleco examinarlo prolijamente, sobre todo por si tenía lesiones, ya que solían “reducirlos” con fuerza y violencia. Se confeccionaba la Historia Clínica, se firmaba la recepción con todas las salvedades de cada caso, se retiraba la ambulancia ó el coche policial, y luego se lo internaba en Admisión ó directamente en algún otro Servicio, con las indicaciones que se estimaba pertinentes.- Si el caso se ponía complicado, por ejemplo por agresividad, además del Cabo enfermero, y el practicante, se pedía ayuda a dos personajes: Pedro y El Mono, que eran dos pacientes internados desde hacía mucho tiempo, que tenían una experiencia bárbara para esas circunstancias, y hacían exclusivamente lo que se les ordenaba…
Hacia la derecha estaba el Pabellón del Médico Interno, una especie de señor feudal, que estaba lujosamente amueblado, resabio de la época de la Sociedad de Beneficencia, donde casi todas las noches concurrían lujosos automóviles con importantes personajes, y organizaban la mesa imponente donde se jugaba Póker y otros juegos de azar. El personal, incluídos los practicantes, no tenían acceso a tal lugar, y menos a aquéllas reuniones. Al Médico Interno, sólo se le comunicaban las novedades telefónicamente.- Más atrás y por el ala derecha, se encontraba la Cátedra de Psiquiatría con su imponente Aula Anfiteatro, y el desfile permanente de alumnos para las clases teóricas, los trabajos prácticos, y los exámenes parciales ó finales.-
Al fondo de todo, de aquél camino interminable por esos senderos anchos, de tierra y cascotes, cruzándose con incesantes caminantes, ángeles sucios y miserables que gritaban, reían, y pedían incesantemente cigarrillos, se llegaba a un tristísimo edificio de paredes amarillentas y descascaradas que era el Pabellón de los practicantes de la Guardia.
Entrada ancha, sin puertas, Hall antiguo, desprolijo y sucio, con una vieja escalera de mármol desarrollada hacia la derecha. Arriba, en el piso alto, un pasillo transversal con las puertas de las habitaciones para los futuros médicos. Aquél pasillo, al final desembocaba en el Comedor, con una mesa rectangular muy grande, rodeada por sillas de madera bastante antiguas. Allí imperaba el silencio. En un extremo del comedor, había una pequeña cocina, donde se preparaban el té, café, ó mate cocido, y a veces también alguien cocinaba algo sencillo.- A mí me destinaron a la segunda habitación, partiendo desde el comedor. Tenía dos camas de una plaza cada una, que, como en el Rawson, compartíamos con Horacio Marino. Existía la costumbre y obligación de que los practicantes “decoraran” sus habitaciones con diferentes objetos, que tenían que ser Originales, y Robados ó Hurtados de lugares lo más insólitos posible.
Por los motivos mencionados, en la nuestra había una gran alfombra roja, antigua, que nadie recordaba quién la había conseguido, ni cuándo. Sobre la pared izquierda, se veía majestuosa una enorme cornamenta de un ciervo, que según los memoriosos había sido sustraída del Restaurante “El Cazador”, de la localidad de Escobar, en la provincia de Buenos Aires.- En la pared de enfrente, lucía un imponente cartel ovalado, de color rojo de 1,50 metros de diámetro mayor, que en letras blancas lucía las conocidas palabras COCA – COLA, y provenía de la cercana estación ferroviaria.
En las distintas ramas de la cornamenta antes mencionada, solían lucir colgadas, distintas prendas interiores femeninas, seguramente trofeos de batallas muy difíciles que habría librado vaya a saber qué Caballero, ya que cada habitación era ocupada, cada día de la semana, por diferentes profesionales…
También había un guardarropas, a la entrada, y a su lado uno se encontraba, sorpresivamente, con un poste de madera de color blanco, que con letras negras decía”Parada”, y más abajo figuraban los números de las líneas de transporte correspondientes. Era de destacar que dicho Poste estaba inmóvil, ya que había sido debidamente “amurado” al piso, que era de antiguo machimbre.-
Nosotros tuvimos cierto plazo para cumplir con las tradiciones nosocomiales, y entonces, Horacio se trajo de la estación Constitución un auténtico Farol, de esos que colgaban del último vagón de los trenes, y lo fijó a la parte interna de la puerta.- Yo, por mi parte, con una pequeña escalera, destornillé y extraje dos carteles, con los nombres de las calles Cuenca, el uno, y Avellaneda, el otro. Eran de chapa enlozada, pesados, de color azul y letras blancas, y eran de la esquina de la casa de mi novia. Los fijé a las paredes de la habitación, de manera que remedaran una esquina…
Detrás de las cabeceras de nuestras camas había una vieja ventana de hierro, desde donde se podía contemplar el patético proyecto de Holocausto, que nuestras ilusiones tratarían de evitar, para lo cual nos desayunábamos temprano, y comenzábamos la recorrida con todos los bríos.- Entre las camas y la ventana, había otro artefacto muy original. Se trataba de un gran barril de madera, prolijamente lustrado, que constaba de dos partes, una superior y otra inferior. La superior tenía una puerta convexa como el barril, que abría a la derecha, y su apertura arrastraba una especie de tabla cuadrada hacia fuera, sobre la cual se encontraba un tocadiscos eléctrico sencillo, de conocida marca.-
La puerta inferior era del mismo sistema, y al abrirla mostraba un compartimento grande y redondo, donde había numerosos discos de Tango, Jazz, y ritmos tropicales y Boleros. También tenía algunas copas a veces limpias, y botellas de bebidas alcohólicas, especialmente Gin, Whisky, y aperitivos.
El propietario del susodicho Barril, era un compañero, el querido Negro Baras, que hacía Cirugía en el Rawson, y guardia en el Neuropsiquiátrico. Así era de inteligente y bueno, como insólitamente travieso. Por supuesto que ocupaba nuestro bulín, otro día de la semana. Fuímos muy compinches, hasta que un tiempo después viajó a los Estados Unidos, a trabajar en serio en un hospital general, suburbano, y se enamoró de una enfermera negra, hermosa, con la que se casó y tuvo varios hijos. En una carta enviada a otro amigo, contaba que estaba muy feliz con su familia, pero que extrañaba nuestro país y la piecita famosa… El amigo común, Dr. José M. Bassaluzzo, en otra carta, le comentó que aquél histórico Barril había quedado a través del tiempo, en esa misma habitación, y se encontraba intacto, por su valor histórico dentro del Borda.-
Muy poco tiempo después, el Negro aprovechó un Congreso de Cirugía en Buenos Aires, se vino, y recuperó ese amado patrimonio. Se quedó muy poco y regresó con su familia. Un año después, con enorme emoción, los amigos pudimos tener en nuestras manos, hermosas fotografías que nos envió, donde estaba en su hermosa casa de California, abrazado a su hermosa esposa y sus bellísimos niños, cuatro y todos negritos.
Pero el broche de oro de esta historia, es que en una de las fotos, sacada en el gran living de la casa, el Negro, guiñando un ojo, y con el pulgar hacia arriba, señalaba el Famoso Barril, abierto, con el tocadiscos y las copas de licor ¡Toda una historia!
En el “loquero”, como le decíamos cariñosamente, hubo otros personajes inolvidables, yo diría inmortales. Tal, el caso de Don Pifano Capece.- Era un hombre alto y delgado, un Señor, que había sido Juez de Paz cuando le tocó “rayarse”. Siempre serio, con su traje azul, camisa blanca, corbata negra y sombrero gris obscuro.- Tenía un delirio sistematizado, sobre todo en temas sociales. Nos ayudaba a estudiar, leyéndonos en voz alta los distintos temas de examen. – Y esto se repetía durante horas, y con diferentes materias, algunas de las cuales le gustaban más que otras, por ejemplo Farmacología. Entonces Don Pifano se entusiasmaba y nos hacía preguntas, como la clasificación de los diuréticos, ó la de los purgantes salinos, y como esa materia hacía mucho que la habíamos aprobado, le pedíamos que nos leyera otra cosa, y él se ponía serio, se retiraba y nos decía que tenía que hacer otras cosas…
Un día le dije que a mí me gustaban mucho las milanesas, y como me quería de verdad, a partir de allí comenzó a hacernos milanesas en todos los almuerzos, y éramos dos solos, Marino y yo, y Pifano freía como 20 milanesas, y las ponía en la mesa en una gran fuente, muy contento.-Una mañana de verano, estaba el comedor lleno de moscas, que volaban alrededor nuestro sin cesar. Entonces le pregunté si se podía hacer algo, como encender el ventilador. Al instante, apareció con un aparato de Flit, y echó gran cantidad, de modo que esa nube impregnó la comida, y nosotros, resignados, nos servíamos las que quedaron abajo, así igual le dimos el gusto de comer…
En 1959 nos enteramos, por la historia clínica, que el Dr.Pifano Capece cumplía 25 años consecutivos de internación! Entonces, lo comentamos con los compañeros de la guardia, con los médicos antiguos, y con el Dr.Ipar, Director del hospital. La idea se fue gestando, y maduró, hasta que un día, se organizó un almuerzo al que concurrieron la mayoría de los profesionales que habían tenido algo que ver con el homenajeado. Se había colocado un pedestal de mampostería, sobre el cual, cubierto con unas telas blancas, se colocó una gran chapa de bronce que pagamos entre todos, y que decía: este auténtico homenaje al Señor Juez de Paz Don Pifano Capece, al cumplir 25 años ayudándonos a crecer como ciudadanos y profesionales. ¡GRACIAS! y la fecha.-
Entonces lo llamamos al comedor, lo recibimos con un cerrado aplauso durante el cual todos lagrimeamos, y pronunció un discurso el Director.-Acto seguido, tiramos de una cintita y quedó descubierta la hermosa placa de bronce, con el homenajeado realmente emocionado y estupefacto.-Fuímos desfilando todos, y algunos lo palmeaban y otros lo abrazamos y lo besamos, luego de lo cual nos sentamos a la mesa.- Don Pifano, repentinamente, se arregló su desgastada ropa, y arrogante subió a una silla y comenzó su discurso de agradecimiento- entonces se le disparó la Paranoia y siguió hablando sin parar. Los comensales, de los que ninguno reía, fueron terminando de comer y comenzaron a retirarse.- Finalmente, Marino y yo no conseguimos detenerlo, y decidimos esperar el agotamiento del Discurso de su Vida, y nos fuímos a la habitación a dormir la siesta…
Aquella fue la última vez que lo vi, y nunca supe qué habrá sido de aquél, mi Personaje Inolvidable!
Allá en el Hospital Borda, una tarde, mientras recorría los patios, vi a un personaje increíble, que yo imaginaba muerto hacía años. Se trataba del Loco Zamora, el diariero que traía La Razón todas las noches a mi casa, desde que yo tenía 2 años y hasta mi adolescencia. Era un muchachón buenísimo, que caminaba muy rápido, era un gran bebedor, y se lo escuchaba desde lejos cantar a viva voz, el tango “Muñeca Brava”. Siendo yo más grande, le pregunté porqué cantaba esa letra siempre, y él, borracho, me dijo que su mujer, a la cuál nunca le “había fallado”, lo había “adornado”, por eso él cantaba eso y buscaba el olvido de esa manera.-
Al reconocerlo, me acerqué despacito y le grité “¡Todos te llaman Muñeca Brava, porque a los giles mareás sin grupo! Entonces él se sobresaltó, me miró fijo unos momentos, y con una mueca de sonrisa, señalándome con el dedo, me dijo ¡Páez y Campana!- y entonces me quedé hablando todo con él, y lo volví a visitar todas las guardias…Pero ya estaba muy deteriorado, y con la “Payasa” cada vez peor…-Por eso, me faltó fuerza para volverlo a ver, y prefiero recordarlo, rebobinando la cinta hacia atrás!
Y algún tiempo después, decidí dejar el Borda, pero curiosear un poco más en la especialidad, y entonces, me fui al Neuropsiquiátrico de mujeres, es decir, el Hospital Braulio Moyano, que quedaba en el mismo barrio, en frente del anterior.-
Una vez allí, me dirigí al Servicio del Profesor Márquez, que constaba de dos plantas, repletas de alienadas. Luego de hablar un rato con el jefe, me aceptó y me pidió que fuera todos los días, de ocho a doce horas.
Allí el espectáculo era infernal, mucho peor que con los hombres, ya que la miseria física y mental, se exagera en el sexo femenino.- Estuve concurriendo por espacio de seis meses, y conseguí distinguir y estudiar muchas alteraciones endócrinas, casi todas las cuales coincidían con crisis maníacas muy desagradables.- Charlaba diariamente con el Dr.Márquez, que terminó de enseñarme muchos conceptos que yo ignoraba, ya que aquél hombre tenía sólida formación clínica, a diferencia de los demás.
Conseguí ayudarlo a sectorizar la sala, poniendo toda la patología especial, y la endócrina, en el piso superior, mientras las patologías de menor complejidad, ocupaban la planta baja.
También se desarrolló, bajo la dirección del Profesor Márquez, un interesante estudio sobre la incidencia de embarazos en las internadas, muchas veces oligofrénicas, y en importante porcentaje, provocados por pacientes del Borda, que de noche fugaban y saltaban los muros del B.Moyano, en sus escapadas sentimentales, para luego volver, con el mismo método, al servicio donde estaban internados…
Indudablemente, fue una experiencia que me ayudó a Crecer, en estos laberintos del llamado Arte de Curar, que yo llamaría ARTE de COMPRENDER a los demás…Así me despedí, no sin cierta nostalgia, de mis queridos enajenados, y en mi inquieto andar, pensé que yo, en realidad, quería ser Oncólogo, para lo cual, debería adquirir extensos conocimientos sobre los problemas respiratorios e infectológicos, y se pueden imaginar que comencé a mirar con simpatía hacia la avenida Alcorta , en dirección a Caseros, y caerán en la cuenta que me dirigí al Hospital Francisco Javier Muñiz ¿acertaron?
JOTACET- 15-noviembre-2009-
Que lindas anecdotas Jotita, me imagino que esos loquitos te adorarían, supongo que cada hospital guarda las huellas que dejaste, supongo que después podremos disfrutar de tus experiencias en el Muñiz ¿acerte? Yo tengo una experiencia muy linda con los loquitos, con mi mamá y con mi tía ibamos a las misas del Hospital San Juan de Dios que estaba cerquita de Luján, allí la misa era para los loquitos que no eran agresivos, y les encantaba participar en la misa, preguntarle al sacerdote por que esto, por que lo otro, o hablar de Jesús, y recibían la eucaristía también. Son seres que merecen ser tratados con todo el amor que se les pueda dar. Me encantó leerte, un abrazo de esta loquita que tkm
ResponderEliminarSon historias realmente interesantes, experiencias de toda una vida. Me gusta leerlas. Un saludo.
ResponderEliminarDoc, todas tus experiencias narradas son de colección, es una vida que nos regalas aqui en tus letras . Siempre disfruto contigo y tus recuerdos. Un abrazo fuerte y mi cariño de lectora frecuente en tus letras .
ResponderEliminarCecy
MAJO QUERIDA: TODA LA VIDA ME HA REGALADO HERMOSOS RECUERDOS, PERO ESTOS POBRECITOS, AÚN ME EMOCIONAN MUCHÍSIMO. HE DELIRADO CON ELLOS, HE ALMORZADO SIEMPRE ACOMPAÑADO POR UNO DE ELLOS, LOS HE VISTO LEER Y COMENTAR DESORDENADAMENTE, LOS HE VISTO HACER POESÍAS, PINTAR CUADROS, QUÉ SÉ YO.
ResponderEliminarACERTASTE CON LO DEL MUÑIZ. TQM. BESOS.
JOTACET
-AROBOS:GRACIAS QUERIDO AMIGO, POR TU REITERADA VISITA, QUE APRECIO ESPECIALMENTE.UN GRAN ABRAZO.
ResponderEliminarJOTACET
-QUERIDA CECY: AMIGA DEL ALMA, SON EXPERIENCIAS DE VIDA TAN REALES COMO EL DOLOR Y EL HAMBRE DE LOS HUMANOS. TÚ SABES DE QUE HABLAMOS. TE AGRADEZCO INFINITAMENTE. BESOS.
ResponderEliminarJOTACET